Experiencias, instrumentos y guías de valor en la construcción de la personalidad moral
La educación moral como construcción pretende trabajar con los
pequeños y grandes problemas morales que nos plantea la experiencia, y
quiere hacerlo entrando en ellos mediante las herramientas de
deliberación y de dirección moral que cada individuo va
adquiriendo a lo largo de su desarrollo. Pero pretende entrar en ellos
orientado por guías que señalan horizontes de valor que ayudan a
considerar los conflictos, aunque no aporten soluciones acabadas. Analizar
personal y colectivamente los problemas morales nos ayuda a entenderlos mejor
y, a veces, a controlarlos o resolverlos. Pero además, es ese mismo
trabajo el que forma los procedimientos de deliberación y
dirección moral, y el que reconstruye para cada individuo y cada
comunidad el sentido de los valores12. Veámoslo paso a paso.
Experiencias de problematización moral
La construcción de la personalidad moral depende del tipo de
experiencias que el medio es capaz de proporcionar. En primer lugar, el entorno
sociocultural suministra a cada sujeto unos contenidos que, de manera informal
y escasamente consciente, van troquelando su personalidad, la van socializando.
Las formas de vida, los hábitos sociales y los valores morales
implícitos son sus principales contenidos. Pero junto a esos elementos
de adaptación social, los individuos suelen plantearse también
problemas en relación a su contenido. Son capaces de romper la
adaptación que logran los mecanismos socializadores: usan, pues, sus
capacidades críticas. En estos casos estamos ante experiencias de
problematización moral que son precisamente las que desencadenan
procesos conscientes, voluntarios y autónomos de construcción de
la personalidad moral. Por lo tanto, un paso esencial en la construcción
de la personalidad moral es contar con situaciones de controversia o de
conflicto moral. Enfrentarse a tales situaciones es lo que permite realmente la
construcción de la personalidad moral. Pero, ¿a qué nos
referimos al hablar de situaciones de conflicto moral? En realidad, a muy
distintos tipos de experiencia que problematizan algún aspecto adquirido
por socialización. Se rompe el equilibrio y el sujeto queda en una
situación de crisis que deberá resolver elaborando o reelaborando
alguna solución.
Respecto a este primer elemento del proceso de construcción de la
personalidad moral, las capacidades críticas se expresan percibiendo un
problema moral genuino donde antes no se veía. La crítica se
manifiesta aquí como capacidad para tematizar (percibir y reconocer) un
conflicto de valores que con anterioridad no era normal advertir pese a que ya
existía. En el ámbito de la moral y en otros muchos se da este
proceso de problematizar un aspecto de la realidad que los puntos de vista
imperantes no entienden todavía como un problema digno de ser
considerado. Es evidente que la construcción de la personalidad moral
precisa de esta disposición crítica, a saber: sensibilidad,
clarividencia y valentía para ver una situación controvertida o
injusta allí donde tal situación todavía es considerada
como no problemática.
Manifestar esta capacidad crítica depende de algunos factores que, a
grandes rasgos, vamos a intentar analizar. Dicho de otra forma, la
percepción de una problemática moral depende fundamentalmente de
los siguientes factores: la experiencia, la sensibilidad y el diálogo
(en tanto que intercambio de vivencias y argumentos). La capacidad para
tematizar un problema moral está en función, ante todo, de la
experiencia o intervención directa en relación a la
situación problematizada. En realidad, con eso queremos expresar una
idea muy común: se comprende mejor aquello que se ve con los propios
ojos, se comprende mejor cuando se participa directamente, se comprende
todavía mejor cuando se vive en persona aquello que se problematiza. A
menudo una situación o realidad que encierra un problema o una
injusticia evidente no se desvela como tal a los ojos de un sujeto o de un
grupo social, porque no tiene experiencia mínimamente directa de tal
situación. En segundo lugar, tematizar un hecho o una situación
como conflictiva o injusta depende, en gran medida, de la sensibilidad moral
del sujeto que la observa. La apertura emotiva, el sentirse concernido o el no
sentirse personalmente atacado por la situación observada, es otra de
las condiciones claves para detectar un nuevo problema. La capacidad de sentir
sin racionalizar, de captar el dolor sin culpar o sin autojustificarse, son
condiciones claves en la construcción de la personalidad moral. Respecto
a este punto merecen especial atención los trabajos sobre el desarrollo
moral femenino, en tanto que línea mejor dispuesta para reconocer los
problemas por la vía de la sensibilidad y para tratarlos por la
vía del cuidado. Finalmente, la tematización moral depende
también de la calidad del diálogo que se es capaz de establecer
con los implicados. Se trata, por encima de todo, de descubrirse, de
explorarse, de ver las razones que hacen aceptable la perspectiva de los
demás y de dudar de las propias razones; en definitiva, a través
del diálogo se percibe de verdad a los demás y se duda de las
propias perspectivas.
Instrumentos de la conciencia moral
La educación moral como construcción entiende que el primer
elemento en la formación de la identidad moral son los problemas o
conflictos con que se enfrenta cada sujeto a lo largo de su vida. Sin embargo,
la mera existencia de dilemas de valor no garantiza en absoluto ningún
proceso formativo. Pensamos que las controversias morales precisan de
algún tipo de instrumento personal que permita entenderlas, analizarlas
y modificarlas, es decir, trabajar con los problemas para construir mejores
formas de vida moral. Es en este sentido que puede decirse que la
construcción de la personalidad moral parte de situaciones y de hechos
conflictivos, pero que para ser realmente constructiva de modos de vida
más óptimos es necesario que se desarrollen y se usen
instrumentos morales que garanticen la confrontación constructiva con
los dilemas de valor que plantea la realidad.
Queda así establecido que los problemas morales exigen que se entre
en ellos mediante instrumentos que permitan trabajarlos. De manera semejante a
como antes hicimos con los conflictos morales, veamos ahora qué
entendemos por instrumentos morales. Los instrumentos de la conciencia moral
son un conjunto de procedimientos o disposiciones que permiten la
deliberación y la dirección moral en situaciones de conflicto.
Son ante todo herramientas, es decir, algo que permite trabajar sobre
realidades controvertidas. Son tan sólo instrumentos procedimentales
para enfrentarse correctamente a los problemas morales, pero ni se puede
asegurar un uso siempre correcto y acertado de tales instrumentos, ni
suponiendo siempre el mejor de los usos posibles se puede asegurar tampoco que
se alcanzarán por parte de todos los sujetos resultados óptimos y
semejantes. Los instrumentos de la conciencia moral son herramientas de trabajo
moral que permiten usos y resultados muy diversos. Pese a la apertura con que
pueden emplearse las herramientas de deliberación y acción moral,
su uso correcto apunta a ciertos valores y marca una línea de conducta
valiosa, sin por ello conducir a ningún tipo de dogmatismo moral.
De modo concreto, pensamos que el espacio de la conciencia moral está
constituido por instrumentos procedimentales como el juicio moral, la
comprensión y la autorregulación. Gracias a ellos es posible
enfrentarse a los conflictos de valor: deliberar y dirigirse moralmente en
situaciones controvertidas. Esto es posible en la medida que el desarrollo del
juicio moral capacita al sujeto para expresar opiniones razonadas sobre lo que
debe ser13. Es decir, mediante los juicios morales aportamos razones que
permiten justificar la corrección o incorrección de opiniones y
conductas morales relacionadas con situaciones de conflicto.
Si el juicio moral aporta la forma universal e incondicionada de la
reflexión moral, la comprensión resalta la dependencia de la
reflexión moral respecto de las particularidades de las situaciones
concretas y contextuales14. La comprensión actúa en tanto que
esfuerzo por conocer las peculiaridades de las situaciones concretas y en tanto
que esfuerzo para encontrar medios correctos de aplicar los criterios y valores
generales a las situaciones particulares. Para conseguirlo, la
comprensión apela a la razón y al diálogo, pero
también al sentimiento y a las emociones, así como a la
benevolencia y al amor. Juicio y comprensión resultan en cierto modo
mutuamente complementarios.
A diferencia del juicio y la comprensión, que tienen un
carácter esencialmente reflexivo, la autorregulación se define
mejor atendiendo a las dimensiones conductuales15, aunque no por ello
está exenta de componentes cognitivos y reflexivos. De modo más
preciso, entendemos que la autorregulación apunta al esfuerzo que lleva
a cabo cada sujeto para dirigir por sí mismo su propia conducta. Un
trabajo de autodirección en situaciones de conflicto ha de permitir un
alto nivel de coherencia entre el juicio y la acción moral, así
como la progresiva construcción de un modo de ser realmente deseado.
Todo ello se logra intensificando la relación consigo mismo, hasta que
cada individuo se convierte en sujeto de sus propios actos y es capaz de
planificar su conducta de acuerdo a puntos de vista propios.
La capacidad crítica se expresa en relación a este momento de
la construcción de la personalidad moral en tanto que capacidad y
valentía para usar de modo correcto las herramientas morales.
Aquí la crítica tiene que ver con la rectitud en el uso de los
instrumentos de reflexión y de acción moral, y también con
la voluntad de usarlos de modo realmente correcto: con la voluntad de rectitud.
Es sabido que el mero dominio en el uso no asegura su empleo correcto, ni que
durante su aplicación no se debilite el empuje por seguir sin
desfallecimientos la conciencia moral. Se trata de formarlos adecuadamente y de
usarlos correcta y apasionadamente.
Guías de valor en los procesos de construcción moral
Tal como hemos visto, en los procesos de construcción de la
personalidad moral se parte de problemas que se trabajan con instrumentos de
reflexión y de dirección moral. Este trabajo de
construcción moral cuenta con ciertas guías de valor que, sin
fijar de antemano sus resultados, puede orientar o conducir el proceso de
elaboración moral de las situaciones conflictivas y de las controversias
que plantea la realidad. Las guías de valor pautan el trabajo de
elaboración moral al modo de líneas de fuga u horizontes
valorativos que no marcan con precisión cómo deben ser las cosas,
pero, en cambio, nos dicen en qué dirección han de encaminarse
los procesos de dilucidación y dirección moral. Las indicaciones
de valor nos distancian de la metáfora constructiva y no deben
entenderse ni como planos ni como esbozos del resultado que debiera producir el
proceso constructivo. La formación de la personalidad moral avanza
apoyándose en una idea clara pero inconcreta de las demandas que debe
satisfacer dicha tarea de construcción moral. En tal sentido, solemos
decir que la sociedad debe organizarse de acuerdo a criterios de justicia y
solidaridad; que es positivo tomar ejemplo aunque no copiar la actitud de
ciertas personas que han contribuido con su comportamiento a humanizar a los
hombres; o que tanto el proceso de construcción moral como sus
resultados deben respetar los Derechos Humanos. En todos estos casos estamos
ante guías de valor que únicamente orientan los procesos de
construcción moral, y no ante propuestas fijas o proyectos acabados que
establezcan cómo debiera ser en el futuro la realidad conflictiva sobre
la cual ejercemos un trabajo de elaboración moral16.
Las capacidades críticas se expresan respecto a las guías de
valor en dos direcciones: primero, como aplicación de los valores a las
realidades controvertidas para aclarar su significado y para orientar la
intervención en ellas; y, segundo, como reformulación del mismo
sentido de los valores a la luz de los problemas que plantean las nuevas
controversias morales. La crítica tiene que ver aquí con la
habilidad para iluminar las controversias, para orientar su
transformación a la luz de los valores y, al fin, para reformular en
cierto modo el sentido de los valores. Por consiguiente, la crítica es
tanto la aceptación de la utilidad de la tradición (sería
en cierto modo una crítica a la omnipotencia con que a veces se puede
mirar la construcción de la personalidad moral), como la
valoración del contenido de dicha tradición (sería el
reconocimiento de que la tradición, por importante que sea, no es la
última palabra sobre las formas de vida moral). Por último, y
como ya se ha dicho, la crítica tiene que ver también con el uso
de las guías de valor que nos ha legado la tradición para
enjuiciar los aspectos controvertidos de la realidad.
Diálogo y apertura emocional en la construcción de la personalidad moral
La crítica como tematización de problemas, como uso recto de
los instrumentos morales y como aplicación y reformulación de
pautas de valor, se basa en la distinta aplicación de unos medios y
dinamismos comunes: el diálogo y el impulso emotivo que otorga la
sensibilidad. Entendemos que en cierto modo la percepción de nuevos
problemas morales, el uso de los instrumentos morales (juicio,
comprensión y autorregulación) y la dirección que otorgan
las guías de valor, dependen del diálogo y de la sensibilidad.
Ambos factores son el nervio de los procesos de construcción
crítica de la personalidad moral.
La crítica es una capacidad intersubjetiva. Nunca se es
crítico solo, sino que se logra serlo con la ayuda de los demás,
dialogando con los demás. Incluso cuando pensamos en una
situación de aislamiento estamos dialogando con las voces sociales que
ha incorporado nuestra mente. Pero la crítica es también una
capacidad que depende del tono emocional. Nunca se es crítico tan
sólo razonando: se es crítico razonando y sintiendo. La
crítica no es sólo una destreza cognitiva, es también una
destreza que implica directamente la sensibilidad.
Hemos visto cómo la construcción crítica de la
personalidad moral supone dialogar con la realidad, con los implicados y con la
tradición. Y ello se logra suponiendo un diálogo en condiciones
ideales (juicio moral), en situaciones contextuales (comprensión) y un
diálogo consigo mismo (autorregulación).
Si el diálogo constituye el componente esencial de los procedimientos
morales, las emociones y sentimientos no son únicamente su motor sino
también una de las condiciones constitutivas del juicio, la
comprensión y la autorregulación. El mundo de las emociones y de
los sentimientos podría ser considerado con toda justicia como la
herramienta de todas las herramientas morales. Su presencia e
intervención es, a la vez, anterior y simultánea a todos los
esfuerzos de reflexión y acción moral17. La en apariencia
inmediata y simple percepción de una situación como moralmente
conflictiva depende de una capacidad emocional que permite sentir que otra
persona u otra colectividad están amenazadas o están sufriendo
una injusticia. Los sentimientos son aquí la base de la
percepción de algo como moral. La incapacidad para apreciar el dolor
ajeno y para tematizar moralmente un hecho es, ante todo, una limitación
emocional, es una falta de simpatía y de compasión. Sin embargo,
el papel de las emociones no termina aquí, sino que se expresa de modo
específico en cada uno de los instrumentos de la conciencia moral.
Difícilmente encontraremos un juicio moral bien formado sin un
desarrollo paralelo de las capacidades empáticas. La habilidad que
permite ponerse en la situación de otra persona, salvando las distancias
de experiencia personal y cultural, y de lograr así un reconocimiento de
sus circunstancias vitales, de su percepción de los problemas, de sus
formas de reaccionar y de sentir, constituye una de las condiciones emocionales
de la asunción ideal del rol, condición a su vez del juicio
moral. Pero si los sentimientos tienen un papel en la constitución del
juicio moral, su contribución es fundamental en los procesos de
comprensión de las situaciones singulares moralmente relevantes. En
tales circunstancias, los sentimientos son el detonante de nuestros primeros
juicios intuitivos sobre los hechos que nos ocurren o que simplemente
percibimos. El dolor, la culpa, la indignación o la humillación
son algunos de estos sentimientos, que están en la base de los procesos
de comprensión. Pero los sentimientos juegan también otro papel
importante en la resolución de los problemas morales concretos y
contextualizados con que se enfrentan los sujetos. Nos referimos al cuidado, a
la atención, a la piedad, a la benevolencia, a la solidaridad, o al
amor. Todos estos sentimientos intervienen, junto a criterios de justicia y
equidad, cuando se intentan solventar conflictos morales18. Finalmente, en la
autorregulación actúan, junto a sentimientos que han aparecido y
que son comunes a todo comportamiento moral, fuertes tendencias motivacionales
basadas en sentimientos de vergüenza y de autorrespeto. La
autorregulación tiene una vertiente externa que recae en todos aquellos
que reciben los beneficios o perjuicios de nuestra conducta. Ahí
intervienen los sentimientos anteriormente mencionados, pero la
autorregulación tiene también una cara interna que enfrenta a
cada sujeto consigo mismo, y que desencadena los sentimientos de rechazo o de
aprecio de la propia imagen y conducta. Mantener un comportamiento deseado es
una fuente constante de autorreconocimiento y de bienestar consigo mismo, que
actúa como elemento motivador clave.
En síntesis, pensamos que en la construcción de la
personalidad moral la crítica se expresa en la tematización de
situaciones injustas o moralmente controvertidas, en el uso correcto y eficaz
del juicio moral, en la comprensión crítica y la
autorregulación, y en el aprovechamiento de las guías de valor
que la tradición ha ido cristalizando. Por otra parte, las destrezas
morales críticas dependen de los dinamismos que pone en juego el
diálogo y del efecto motivador y esclarecedor que produce una
sensibilidad emocional fina.
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